Por Juan Carlos Andrada
La asamblea El Algarrobo se debate internamente entre seguir a un grupo mayoritario, que opta por una metodología pacífica, o a un reducido número de ambientalistas, que espantan cada vez que toman la palabra (o la calle).
De hecho, si bien el clima social en Andalgalá oscila hoy entre una hostilidad abierta y un equilibrio inestable, (nunca exento por supuesto roce), la tendencia natural a enajenarse de algunos miembros integrantes de El Algarrobo pone permanentemente en jaque al resto de los ambientalistas y a la sociedad en su conjunto.
Incontenibles e incontrolables, ni siquiera en el seno de El Algarrobo han podido ser contenidos, y han sabido sobrevivir bajo las ramas del noble árbol aunque más bien como parásito.
¿Dependemos entonces todos, incluidos los ambientalistas, de la estabilidad subjetiva de una minoría precipitada, que amenaza proyectar fatalmente su violencia en la sociedad?
Pensémoslo
Una sola piedra arrojada por uno de estos celosos fanáticos sería suficiente para desatar otro 15 de febrero. O algo peor. Quien sabe.
No es bueno para nadie que las personas que integran El Algarrobo terminen pareciéndose al grupo Quebracho. No es una cuestión de dureza sino de bondad, de potencialidad, de sabia. No es lo mismo.
Lo lógico sería que, tanto ambientalistas y promineros, pudieran aislar oportunamente a los violentos para no permitirles que se refugien en el anonimato. Ni que hagan más daño al medioambiente (hombre y sociedad) del que ya hicieron.
En este sentido no es el conflicto, ni la tensión social, lo que nos debe preocupar, sino la incapacidad para resolverlos. La superación de los límites constituye una categoría que muestra claramente la capacidad de desarrollo, la independencia y organización concreta de una sociedad para resolver problemas.
Aunque el trasfondo es un complejo ideológico y se trate de un “conflicto” social, no es la lógica de la guerra la que debe aplicarse sino la de la política. Las bombas molotov no solucionan la pobreza, ni resuelven la problemática social en torno a la minería.
Superar los límites es una necesidad social, determinada por el imperativo de la supervivencia, que no podemos dejar en las manos de alguien tan torpe que sólo sirve para aferrarse a un garrote y descargar sus infortunios con cualquier vecino, o cualquiera que se cruce por su errático camino.
Lo que está a prueba es un debate íntimo, con sus límites dialécticos y naturales. Debemos reconsiderar nuestra capacidad de imaginación para superar las fronteras entre el querer y el poder, la razón y la pasión, el pensar y el actuar. Estar por encima de lo que nos separa. La capacidad de desarrollo es directamente proporcional a la capacidad de resolver problemas de una comunidad. Lo que la tensión social exige es atención y control.
¿Cómo se hace?
Retrocediendo dos pasos para poder luego avanzar tres. ¡No hay novedad en esto! Para poder negociar, concertar y mejorar en sociedad hay que tener una gran capacidad de resignación de posiciones.
En otras palabras, la democracia representa "el menos malo de los sistemas políticos vigentes" y el más abierto a la posible resolución de los antagonismos sociales, pues cuenta con los mecanismos que hacen posible la transformación de las estructuras “desde dentro”, por la vía del consenso, teniendo siempre la vista puesta en la voluntad popular, que se ejerce por supuesto mediante la soberanía del voto.
Si bien los conceptos y las ideas han sido sometidos en el alambique de la teorización, para luego ser suavizados en la minimización o forzados a un proceso de magnificación, la dificultad radica en amortiguar la tensión social propiciando la evolución del conflicto. Quien se oponga porfiadamente a una solución sin proponer otra, retrasa al conjunto confundiéndolo y complicándolo inútilmente.
La solución, aunque sea parcial, es llegar a algún tipo de acuerdo entre las partes, conciliando sus intereses “en lo posible”. Pero, para ello, es necesario hacer un mínimo esfuerzo por un lado y, por el otro, prevenir y prevenirse de los entusiastas que no escuchan razones.
Quienes apuestan al Big Bang social en Andalgalá, presagiaron alocadamente un estado de alerta a través de un ultimátum buscando agudizar la tensión social en sus aspectos más negativos y obstaculizando cualquier diálogo abierto y solidario.
Hay que dejar de lado los fanatismos y los bandos.
En síntesis, la extrema individualidad e intemperancia que pregonan y publican sin descaro algunos ambientalistas (con amenazas y violencia manifiesta a diario), propenden a extremar las tendencias egoístas y desenfrenadas.
En definitiva, socavan las propensiones gregarias y colectivas de una sociedad que busca una salida pacífica al conflicto y abren un hueco de enormes proporciones, a la par que parasita los objetivos de la asamblea que lleva el noble nombre de El Algarrobo.
La asamblea El Algarrobo se debate internamente entre seguir a un grupo mayoritario, que opta por una metodología pacífica, o a un reducido número de ambientalistas, que espantan cada vez que toman la palabra (o la calle).
De hecho, si bien el clima social en Andalgalá oscila hoy entre una hostilidad abierta y un equilibrio inestable, (nunca exento por supuesto roce), la tendencia natural a enajenarse de algunos miembros integrantes de El Algarrobo pone permanentemente en jaque al resto de los ambientalistas y a la sociedad en su conjunto.
Incontenibles e incontrolables, ni siquiera en el seno de El Algarrobo han podido ser contenidos, y han sabido sobrevivir bajo las ramas del noble árbol aunque más bien como parásito.
¿Dependemos entonces todos, incluidos los ambientalistas, de la estabilidad subjetiva de una minoría precipitada, que amenaza proyectar fatalmente su violencia en la sociedad?
Pensémoslo
Una sola piedra arrojada por uno de estos celosos fanáticos sería suficiente para desatar otro 15 de febrero. O algo peor. Quien sabe.
No es bueno para nadie que las personas que integran El Algarrobo terminen pareciéndose al grupo Quebracho. No es una cuestión de dureza sino de bondad, de potencialidad, de sabia. No es lo mismo.
Lo lógico sería que, tanto ambientalistas y promineros, pudieran aislar oportunamente a los violentos para no permitirles que se refugien en el anonimato. Ni que hagan más daño al medioambiente (hombre y sociedad) del que ya hicieron.
En este sentido no es el conflicto, ni la tensión social, lo que nos debe preocupar, sino la incapacidad para resolverlos. La superación de los límites constituye una categoría que muestra claramente la capacidad de desarrollo, la independencia y organización concreta de una sociedad para resolver problemas.
Aunque el trasfondo es un complejo ideológico y se trate de un “conflicto” social, no es la lógica de la guerra la que debe aplicarse sino la de la política. Las bombas molotov no solucionan la pobreza, ni resuelven la problemática social en torno a la minería.
Superar los límites es una necesidad social, determinada por el imperativo de la supervivencia, que no podemos dejar en las manos de alguien tan torpe que sólo sirve para aferrarse a un garrote y descargar sus infortunios con cualquier vecino, o cualquiera que se cruce por su errático camino.
Lo que está a prueba es un debate íntimo, con sus límites dialécticos y naturales. Debemos reconsiderar nuestra capacidad de imaginación para superar las fronteras entre el querer y el poder, la razón y la pasión, el pensar y el actuar. Estar por encima de lo que nos separa. La capacidad de desarrollo es directamente proporcional a la capacidad de resolver problemas de una comunidad. Lo que la tensión social exige es atención y control.
¿Cómo se hace?
Retrocediendo dos pasos para poder luego avanzar tres. ¡No hay novedad en esto! Para poder negociar, concertar y mejorar en sociedad hay que tener una gran capacidad de resignación de posiciones.
En otras palabras, la democracia representa "el menos malo de los sistemas políticos vigentes" y el más abierto a la posible resolución de los antagonismos sociales, pues cuenta con los mecanismos que hacen posible la transformación de las estructuras “desde dentro”, por la vía del consenso, teniendo siempre la vista puesta en la voluntad popular, que se ejerce por supuesto mediante la soberanía del voto.
Si bien los conceptos y las ideas han sido sometidos en el alambique de la teorización, para luego ser suavizados en la minimización o forzados a un proceso de magnificación, la dificultad radica en amortiguar la tensión social propiciando la evolución del conflicto. Quien se oponga porfiadamente a una solución sin proponer otra, retrasa al conjunto confundiéndolo y complicándolo inútilmente.
La solución, aunque sea parcial, es llegar a algún tipo de acuerdo entre las partes, conciliando sus intereses “en lo posible”. Pero, para ello, es necesario hacer un mínimo esfuerzo por un lado y, por el otro, prevenir y prevenirse de los entusiastas que no escuchan razones.
Quienes apuestan al Big Bang social en Andalgalá, presagiaron alocadamente un estado de alerta a través de un ultimátum buscando agudizar la tensión social en sus aspectos más negativos y obstaculizando cualquier diálogo abierto y solidario.
Hay que dejar de lado los fanatismos y los bandos.
En síntesis, la extrema individualidad e intemperancia que pregonan y publican sin descaro algunos ambientalistas (con amenazas y violencia manifiesta a diario), propenden a extremar las tendencias egoístas y desenfrenadas.
En definitiva, socavan las propensiones gregarias y colectivas de una sociedad que busca una salida pacífica al conflicto y abren un hueco de enormes proporciones, a la par que parasita los objetivos de la asamblea que lleva el noble nombre de El Algarrobo.